sábado, 17 de enero de 2009

AÑO I -- Nro. 18

Editor: Ernesto R. del Valle
yarabey@gmail.com


La primera edición de la Revista Guatiní en el año 2009 ve la luz en medio de grandes acontecimientos a nivel internacional.


Los disparos intermitentes del grupo Hamas, contra ciudades israelíes, fue el detonador que aprovechó el estado sionista para llevar a cabo un ataque sin precedentes en la historia de la Humanidad.

La franja de Gaza ha conocido el poder armamentista de Israel. La población civil es la que siempre, en situaciones de desigualdad defensiva, sirve sus víctimas. Mujeres, ancianos y niños, heridos o muertos son ya parte de la estadística del conflicto. Vidas segadas, cuerpos destrozados, son ya, simples números en los cuadernos de notas de los estrategas de la contienda.

Voces de organismos internacionales y de gobernantes de todo el mundo, han tratado de hacerse oír para que termine de una vez por todas la agresión hebrea contra los palestinos de Gaza, Ha sido infructuoso. Dolorosamente infructuoso. Las agresiones continúan, El número de muertos civiles sigue creciendo, sigue creciendo la escalada sionista. 

LA PALABRA: MATRIZ DE LA TIERRA 

ANTOLOGIA DEL CUENTO Y EL RELATO BREVES


Carlos Garrido Chalén


SE HINCHA

  

Mi abuelo que era un viejo Trejo, que no se andaba con medias tintas, decía cuando veía que a determinada persona se le subían los humos y ensoberbecía al asumir un cargo público sin merecerlo ni estar preparado: " Es que la caca cuando le da el sol se hincha". Esa frase apodíctica y rotunda, que podría de repente ser juzgada como vulgar, procedente de las canteras sabias del pueblo, encierra una gran verdad. Ciertos individuos que no ganaron jamás una batalla, que han vivido en la mediocridad e improductividad más espantosa, cuando consiguen y asumen un puesto, se vuelven vanidosos y pendencieros, olvidan el bacín en donde hicieron su pichi, el pozo ciego en el que derramaron su lisura y se ensuciaron, y maltratan a quienes tienen la mala suerte de cruzarse en su camino exigiendo su servicio. Se les hincha el guargüero, la manzana de Adán les salta como un tumor con vida propia, adoptan poses de "alcurnia" y distinción que jamás tuvieron y hasta caminan diferente, frente en alto, potito erguido y quijada mirando al infinito, en la absurda creencia de que el cargo que ostentan les ha concedido pasaje de superioridad, primacía e impunidad. Deberían aprender de Mahatma Gandhi, (Mohandas Karamchand Gandhi), asesinado por un fanático integrista indio, el  30 de enero de 1948, uno de los grandes teóricos que modificaron la configuración ideológica del mundo en el siglo XX, que oraba a Dios pidiendo que lo ayudara a decir la verdad delante de los fuertes y a no decir mentiras para ganarse el aplauso de los débiles. "Si me das fortuna ? decía- no me quites la razón. Si me das éxito, no me quites la humildad. Si me das humildad, no me quites la dignidad. Ayúdame siempre a ver la otra cara de la medalla, no me dejes inculpar de traición a los demás por no pensar igual que yo. Enséñame a querer a la gente como a mí mismo. No me dejes caer en el orgullo si triunfo, ni en la desesperación si fracaso". Así que ya saben: si ven a algún Alcalde, Regidor, Presidente de Gobierno Regional, Consejero, Congresista, Asesor o a cualquier Funcionario, que se ensoberbece por el carguito transitorio que tiene, recuerde la frase imprescindible de mi abuelo, que no tenía ni un pelo de Mamerto y se mataba de risa viendo a tanto badulaque creyéndose la divina pomada indiscutida. Porque el final de gestión o la vacancia, los suele bajar del pedestal en que se empinan, y la realidad, les da un zoóforo contra suelazo y se van de muelas. Y tarde, quizás muy tarde, se dan cuenta, que la hinchada de pecho, definitivamente no les convenía. Ay abuelo, abuelo, cuánta razón tenías.



Andrea López (Cuba)

Estudiante de Secundaria

EL BARCO FANTASIA

Día esplendido, como los que salen en las películas, el sol brillaba como el oro y se escuchaban claramente las melodías de las aves.  Todos los sábados mis amigos y yo nos reuníamos en el barco pirata que está a la orilla de la playa.

     A mamá no le gusta que juegue en él, pero yo,  como pocas veces le desobedezco, decidí darme un saltito hasta la embarcación para compartir con mis amigos… De todas formas a mi me parece que lo que a ella no le gusta es su aspecto, sobre todo  porque se trata de un barco muy viejo.

      Tiene muchísimas telaraña colgando, está despintado, en las velas hay enormes agujeros y lo que queda de su bandera es apenas una cuarta mía.

Sin embargo, a mis traviesos y graciosos amigos y a mi nos encantan las aventuras que hemos tenido viajando  en el buque.

      A otros niños les asustaría este barco y me imagino que para ellos sería una tortura navegar en él., pero mis compañeros de juego y yo somos diferentes por el carácter que tenemos. Nos vestimos con ropas muy originales,  pero eso no nos diferencia en nada, somos niños iguales a los demás.

       Cuando estamos todos los tripulantes comienza la diversión., Alberto que es el capitán da el grito: “ Todos a bordo ¨… Y más tarde da la orden: icen las velas, entonces Marcos y Claudia cumplen su función. Yo me subo a la pequeña sillita que está casi en la cima de un largo palo que forma parte del barco y que se llama Mástil, es decir, soy la encargada de vigilar.

        Así luchamos contra corsarios y piratas, monstruos marinos, tiburones, mal tiempo, mareos espantosos, es el delirio de un sueño… Dejamos correr nuestra imaginación hasta que se hace de noche y esta pequeña tripulación de pronto regresa a casa…

         Qué rabia, todo se acabo.. Y yo que quería seguir entre golpes de olas, tiburones gigantes, piratas de un solo ojo…El despertar me lo arruinó todo…

 


"PURI" BENAVENT [Valencia, España]

Poeta y narradora.

ZAPATOS

Hay una niña adorable a la que considero como lo mas parecido a tener una nieta. Y es que desde que nació, siempre la tengo conmigo. Cada tarde, aunque,  bueno, hay que reconocer que cada vez menos, porque según va creciendo y se hace mayorcita, se va haciendo mas independiente.

Es muy lista, y muy hermosa. Hasta el nombre lo tiene bonito. Tiene nombre de flor. Violeta, curiosamente, como la protagonista de” La Traviata”.

Actualmente tiene tres años, y desde que comenzó a caminar por si sola, disfruta cogiendo los zapatos de tacón de su madre, e introduciendo en ellos sus diminutos piececitos, me mira en un derroche de luz que emanan su ojos, mientras dibuja en su resplandeciente rostro una sonrisa, y con gesto pícaro me dice.

-Bailamos?

Es que sus padres son profesores y jueces de bailes de competición, y la niña parece que lleva el ritmo y la coquetería consigo de forma innata.  La adoro.

Cuando contemplo a Violeta subida en equilibrio sobre esos tacones de su mamá, no puedo evitar el viajar hacia atrás en mi memoria y recordar que,  también yo, de niña, gustaba de calzarme los zapatos de cualquiera, ya fuesen de mi madre, de mis tías…de quien fueran. Lo importante era que tuviesen tacones altos. Cuanto más, mejor.

Luego, al crecer, fui poco a poco subiendo la altura de los míos propios . Me encantaban los tacones de aguja. Y los utilizaba, pese a saber que no eran muy saludables, pero…me sentía tan bien  con aquellas formas.

Y es que, desde luego, un zapato bonito y estilizado, embellece la figura y mejora cualquier atuendo, sin importar en que estación del año nos encontremos.

Yo llegué a acostumbrarme a su uso d e tal forma que se me hacía difícil caminar con pie plano.

Un buen día, sin saber por qué, empecé a sentir molestias en un pie.

Me dolía muchísimo, y estaba inflamado.

Uno de aquellos zapatos tan preciosos y estilizados, me estaba haciendo una rozadura.

Traté de solucionarlo poniéndome un apósito, y así seguir usándolos

..eran tan bonitos!  Y me iban bien con casi todo…

Pero, cada vez que me los ponía de nuevo, aquella rozadura se hacía mayor, y se iba endureciendo. .

Yo trataba de no darle importancia. Total, una cosita en un pie…Y así, aquella incipiente lesión fue aposentándose en mí, y hoy en día luce junto a otras que se fueron añadiendo gracias al uso de un calzado inadecuado.

Unos años después, un día en que los pies me dolían de forma insufrible, opté por hacer revisión y descartar todos los zapatos que me apretaran o pudieran causar molestias de uno u otro modo.

Me dispuse a sentarme cómodamente para seleccionar, y…¿Cuál sería mi sorpresa al comprobar que muchos de aquellos zapatos no había forma de podérmelos calzar”.

Pero…¿Cómo podía ser? Si antes me quedaban bien…

 Pues, lo mas probable que se me ocurre es pensar que lo que sucedía era que mis pies se habían “alborotado”. Estaban ya de forma permanente un poco  hinchados, y dilatados.

 Y aquellos zapatos, aún siendo los mismos,  por mas que yo lo deseara, ya no eran de mi talla.

 Se me habían quedado pequeños.

 Y en modo alguno podía reducir el tamaño de mis pies. Era imposible empequeñecerlo.

 …Como sucede con los conocimientos, que nunca pueden ir a menos.

 No  podemos, en ningún caso ir a menos en lo que ya hemos aprendido, aun a pesar de todo lo que nos queda por aprender.

No se puede saber menos de lo que se sabe, ni ser menos de lo que ya se es.

 Al elegir zapatos, debemos observar varias cosas. No sólo la forma, y la altura del tacón. Conviene fijarse bien en que sean de material adecuado  . De piel noble, porque es mas flexible, y transpira. Se adapta a la forma del pie. Se puede conservar casi impecable aplicándole cremas , y resultarnos ciertamente hasta confortables.

Sin embargo, sería deseable huir de esas promociones de zapatos de temporada muy vistosos, con colores brillantes y adornos de cualquier tipo. Porque suelen ser de materiales sintéticos, que son rígidos. No ceden nunca, y al menor descuido, en cuanto los ponemos en contacto con nuestra piel nos producen heridas o molestias del todo innecesarias.

Y ahora que lo pienso…Hoy es una noche estupenda para ir a visitar mi mar. Creo que me voy a ir un ratito a la playa.

Me resulta tan gratificante  posar mis pies desnudos sobre la fina arena, y dejar que los bese  la suave  espuma del mar.

Sí , mi bendito mar, ese que a mis pies fatigados, los acoge, refresca y acaricia, mientras que en ese baño, me los restaura., y quedan mas o menos aptos para volver al uso cotidiano de …”zapatos”






FATIMA PACHECO (Brasil)

HUYENDO
Marie caminaba apresurada por el hall del aeropuerto de Bilbao en España. Llevaba una maleta pequeña, no necesitaba más que eso para donde iba. Llega en el portón de embarque y, finalmente, se siente segura cuando entra en el avión. Ella se sienta en el asiento de la primera clase y relaja feliz. Marie es una joven de 30 años, piel clara, ojos y pelo largo oscuros. Era fría, racional.
El avión comienza a volar sobre la ciudad donde nació, creció y vivió en toda su vida. Observa la ciudad que estaba dejando para tras con atención. Bilbao es la gran referencia económica del País Vasco y una de las más importantes de Europa. Bilbao dejó de ser una ciudad gris e industrial con la llegada del Museo Guggenheim. Ahora estaba abandonando la ciudad con un montón de dinero, había hecho una malversación de fondos en la empresa en que trabajaba y envió el dinero en el extranjero. Cuando se descubrió, estaría muy feliz viviendo en Brasil. Jamás sabrían donde estaba Marie. La azafata le ofrece una copa de champagne francesa. Cómo la vida es buena, pensaba. No más deudas, no más pobreza, no más dolor. Aquellos fueran los últimos pensamientos de Marie, minutos antes de el avión explotar



Nelson Simón Gonzáles. (Pinar del Río,  Cuba)

Poeta, narrador, ensayista.  Premio Julián del Casal (UNEAC),

 

HECHIZO PARA ATRAER LA LLUVIA

 

Para que lloviera en mayo, dijo…”Caballos…”. Y sus palabras se volvieron de repente, briosos corceles transparente.

Sus largas crines y colas se enredaban como olas en el viento...

¡Un momento...!, y arrastraban con su oleaje, como un frágil equipaje todo el canto de un sinsonte y el cogollo de las ceibas las palmas y siguarayas que encontraban por el monte.

Dijo "Pradera...", como si el cielo lo fuera.

Y sobre las nubes, infladas pero sencillas, crecieron verdolagas amarillas, tierna yerba, romerillos saludando desde el borde de los trillos, dormideras, aguinaldos que no eran más que un pre­texto de abejas y mariposas -cansadas de soportar el orgullo y mal genio de las rosas.

Dijo "Felicidad...".

Y todo fue realidad. Al silenciarse los gallos, en uno de los caballos galopó por la pradera. De miel y de azúcar era el veloz trote, y las nubes se pensaban que los cascos que las hollaban, eran cascos de guayaba.

Como quien deletrea la luz de una canción, dijo: "Co-ra-zón...", y el cielo se abrió el pecho dejando escapar por la herida sus latidos: se oyeron truenos, los techos temblaron bajo los rayos y galoparon caballos...

¡La noche quedó partida...!

¿Quién pudo haberse dormido?

¿Quién no vio pasar las brujas con la regadera en mano?

¿Quién ha visto, alguna vez, llovizna sin mayo y la ciudad, bien temprano, contemplándose en los charcos?

El mundo estaba desteñido, parecía lavado con lejía y luego tendido al sol.

Solo Escarlata, Bijol y Añil, tenían color; lo demás era trans­parente o blanco, aburridísimo...

Un día, mientras las tres brujas volaban bajo un aguacero de mayo para ponerse más bonitas, vieron como de sus túnicas, roja, amarilla y azul, chorreaban pequeñas góticas que al caer sobre la yerba, los troncos, las flores y las casas, iban tiñéndolas de tonos pálidos que luego la misma lluvia borraba.

Como las brujas son muy avispadas —no porque tengan agui­jón sino por lo rápido que piensan— enseguida se les ocurrió que un poquito de color no le vendría mal al mundo y pusieron tres tanques —transparentes— bajo los chorros de una canal, para recoger las aguas de mayo (de todas todas querían ser her­mosas). Y con el pretexto de querer colorear el mundo, se zambulleron tapándose la nariz y asomándola, a cada rato, como un pez espada para tomar aire y de nuevo, glub, glub, glub..., volver a sumergirse.

A los dos días el agua empezó a teñirse, primero rosadita, amarillita y azulita; a la semana, roja, amarilla y azul. Al mes, tinta y retinta..., y las brujas salieron, de su largo baño, tan feas como siempre y un poco anémicas.

Después de saborear y reponer energías con un bocadillo de tarántulas aliñadas con ají guaguao y vinagre de toronja, monta­ron en sus escobas y comenzaron a pintarlo todo. Bijol inició su trabajo por el Este, Escarlata por el Oeste y Añil se encargó de colorear el centro de arriba abajo.

Al terminar, el mundo estaba horrible: todo a la derecha ama­rillo, todo a la izquierda rojo, en el centro azul. Para colmo, mayo había acabado y tendrían que esperar un año, para limpiar aquella chapuza.

— ¿Y si lo arreglamos? —dijo con suave voz azul la bruja Añil.

—Esto no lo arregla ni el médico chino —gritó con colérica voz roja la bruja Escarlata.

—Nos llevará tiempo, pero creo que entre las tres podemos lograrlo —susurró con voz amarilla y dulce, la bruja Bijol.

Aquello fue una fiesta, las escobas trotaban por el cielo y sobre ellas galopaban Añil, Escarlata y Bijol, retocando aquí, salpicando allá, y en tanto pinta y repinta pues se hacían cosqui­llas con las brochas y casi se desternillaban de risa.

De cada salpicadura o retoque fueron saliendo colores nuevos.

Por donde pasaron Añil y Bijol, la yerba se puso verde.

Por donde se revolcaron Escarlata y Añil, las flores tomaron tonos que iban del violeta al morado.

En cuanto techo se sentaron a descansar Bijol y Escarlata, las tejas se encendieron de naranja.

Algunas cosas decidieron dejarlas de su color, cada una eligió las que más le gustaban.

Añil, como era suave y soñadora, regaló su tono azul al cielo y al mar.

Escarlata tenía un carácter fuerte, era toda ímpetu y pasión, por eso tino a la sangre, a los príncipes negros y a los besos.

Bijol era alegre como la vida y así dio color al sol, a las frutas maduras, a los girasoles y a los canarios.

Al terminar su trabajo, el mundo había quedado tan bonito que decidieron abrir una tienda de pinturas en la que todavía se la pasan mezclando e inventando colores, y cuando algo se des­tiñe por aquí o se mancha por allá, con sus artes de brujas trotan y vuelan sobre sus escobas y al instante todo se ve limpiecito, como acabado de crear.

Las brujas mueren en invierno, se marchitan como campánulas, van encogiéndose cuando el frío les hiela los pies y la nariz. Sus vuelos son cada vez más bajos, casi rasantes y el sonido gris del viento entre las ramas y los cables telefónicos, les hace perder el rumbo y estrellarse.

Cuando las brujas mueren, no van al cielo ni se convierten en cenizas; sus amigos y familiares no lloran, no se enlutan ni se tornan serios y silenciosos, sino que visten hermosas túnicas estampadas, grandes pamelas adornadas con romerillos y verdolagas recogidos en el campo y tocan panderetas, guitarras criollas y a veces hasta alguna que otra mandolina porque, cuando las brujas mueren, no van al cielo ni se convierten en cenizas, sino que se encogen hasta volverse cebollitas.

Al llegar la primavera, cuando el campo está bien verde y la tierra huele a lluvia, las demás brujas alisan sus melenas, montan sus escobas y por las noches, con los jolongos llenos de cebollitas, vuelan sobre los prados y jardines esparciéndolas con una ter­nura inusitada.

Luego amanece, y como un delicado mar: blanco, rosado y amarillo, las brujitas se mecen sobre sus frágiles tallos en espera de que llegue la noche y con ella por fin, su primer vuelo a las estrellas.




JULIA ORTIZ MORALES (Chile)
Poeta sech-chile

 

....por mis valores...por mis principios... lo reenviaré... pues el holocausto es una gran verdad... como es una gran verdad... la masacre en palestina...
 
es una cosa que nos sobrepasa... aquí los mundos están separados... a la verdad se le dice mentira... y a la mentira verdad....
 
no olvidemos que poderes nefastos son los "sin alma"...¿el capitalismo?..
 
es una cosa de amor a la humanidad.... musulmanes... católicos y judíos...
son hermanos e hijos de un mismo dios....
 
los hechos de este hoy... no exigen olvidar el holocausto... todo lo contrario...
es volvernos a nosotros mismos...
 
cada palestino sufriente... no niega el holocausto...el hombre simple..el joven con sus sueños...las madres pariendo hijos sin esperanzas... 
 
ámbos, son dos dolores hermanos... dolores universales....
 
con todo respeto... expuse mi sentir...


Mario Gamero (El Salvador)

EL PINTOR DE FUENTES

Hay de aquel secreto que callan mis labios, si no fuese tan mío, tan propio, tan vivo y tan secreto, que de mi cuerpo hace siglos habría estallado de no ser porque en él se encierra el alma mía, mas no falta el que contemplar del andar pecaminoso de las caderas andantes de esa sirena de tierra, que sin sus cánticos ancestrales, dibuja el amor en la mente de todos que al pasar la contemplan, y resquiebra con la fuerza de un temblor las quijadas de los hombres mas fuertes para diseñar un completo escenario de hombres desparpajos ante su belleza.

Pues habría sido yo aquel, el tildado del desafortunado, la nota baja de la creación, con mi lacra de talento y exento de la belleza de un narciso desde mi fecundación, quien en los primeros albores habría degustado los primeros olores de aquella flor, las primeras gotas de rocío sobre ese cáliz habrían sido puestos por este su humilde servidor, y habrían fecundado en aquella gema que dicha diosa tiene por corazón un febril amor, mas yo sabiéndome muy poco hombre para guardar tanta dicha gloria entre mis manos, decidí abandonarla a su desdicha por miedo a luego perderla entre los brazos de otro amor.

Mas no fue mi decisión la suya, pues en aquel momento, aquella florcilla de alcanfor, torno de ambiente, torno de color, y su gema que llevaba en el pecho se torno de un color oscuro como el ébano, y para siempre de su vida rechazo el amor, desprecio a los mas virtuosos, a los mas nobles y candorosos, a los mas viriles y febriles que por todos los medios intentaron aquella doncella conquistar, se juzgo hasta incluso su don de razonar, cuando a un duque de un reino lejano llego a rechazar.

En cambio y yo, innoble de estirpe, sin mas conocimiento que el de abrevador y pastizador, decidí al rehusar sus besos, buscar mi fortuna a lo lejos y mi camino emprendí, tratando de olvidarla fui de plaza en plaza logrando solo pensarla, y se volvió tanto mi amor que aun sin saber ni de las letras ni de los lienzos, que comencé a dibujarla, primero en un cántaro, luego en un mantel, si fue tan fuerte aquel sentimiento que hasta en el agua la pinte, dejando en cada brochazo de mi alma un trozo y de mi ser a veces hasta dos, fue cuando la fortuna me comenzó a sonreír, la dibujaba tan bien y a cabalidad, la suntura de sus labios y el perfil de su nariz, el arco de sus cejas, y sus nobles cabellos dibujando siluetas mientras caían sobre sus hombros. Ah que dicha la mía, el sentirme por un momento al lado de la amada mía.

Los incrédulos, por cierto, a los que en aquellas tierras lejanas aun no se les había iluminado el conocimiento con la imagen de aquella mi musa, creyeron en mi a un talento excelso, sin mas ni para un talento innato, noble descendiente de las mejores alcurnias de artistas para cortesanos, sin saber en si, que yo era el producto bastardo de un innoble zapatero y una mujer de majadero.

Me vistieron de galas, me celebraron cenas pero nunca me cambiaron por dentro, y si algo los mantuvo sosegados, fue mi descubrimiento de diferentes lienzos para pintar aquella Venus, una y otra vez, que si al amanecer, que si al anochecer, si con una perla rasgando las tersas lagrimas de su rostro o con un fulgor en sus ojos de cuando tenia un deseo que aplacar, una y otra vez entre técnica y técnica el mismo resultado, aquella diosa hecha imagen, con una verdad que cada vez parecía estar mas viva en el lienzo, aun cuando en las fuentes me pedían dibujarla, ahí estaba la misma imagen, la bella e incandescente de rostro fulguroso.

Esto si bien me fue creando fortuna, con el tiempo seguí mi circo por el mundo, creando nobles pinturas y espectáculos inimaginables con las fuentes de las plazas mayores, dándole meca de un lado al otro, hasta que llegue al fin del mundo y me toco dar la vuelta, cuando en el regreso me di cuenta que todo había cambiado, la imprenta me había plagiado, su imagen se había profanado, el que al acto de la fuente asistiese seria excomulgado, pues solo Jesús podía jugar con las aguas.

Y así fui de plaza en plaza, probando mi suerte como pintor, como dibujante de las aguas y hasta como paseador de vacas y caballos, pero mi estrella se había apagado, y mi suerte me había desahuciado, caminando y mendigando llegue hasta donde comencé, las líneas del destino nos volvieron a cruzar, cuando frente a frente me la volví a encontrar, la mire fijo y note que ahí estaba siempre su lunar, ese brillo inocente de su piel blanca como la sal, todo seguía igual, ella seria siempre ideal, su mirada se torno sin embargo en una agria expresión cuando su rostro volteo, en el preciso momento que la tome del brazo, la gire hacia mi y le dije mi lienzo eres tu, no soy ningún pintor y de acuarelas se lo que se sobre la vida antes de ti, pero mi lienzo eres tu, una sonrisa broto de la comisura de sus labios, y me acaricio la frente al fin, estas hecho un desastre suspiro, me tomo de la mano y me guió, será hace ya veinte años de eso ya, y ya no la pinto ni en lienzos ni en fuentes, porque mi gloria no tiene marco ni pared, ni mi fuente me deja nunca con sed.



Legna Rodríguez Iglesias  (Cuba)

LA ÚLTIMA CENA

 (Como un pasaje bíblico)


Se levanta a las siete para lavarse la boca y besarme con buen aliento, para morderme la boca, para cogerme la boca con su lengua y estrujármela un poco con su lengua y echarme en su boca su noctambulidad.

No habla pero sí balbucea, todo el tiempo emite suspiros y gorjeos y una serie de ruidos que después yo recuerdo para hacerme la idea.

Hoy venderé la vajilla, dice como si esta vajilla fuera a salvarnos el mundo, y en realidad nos lo salva, podría ser peor pero nuestro mundo es el eterno naufragio.

Abre la puerta y entra triunfal, pone sobre la mesa tanta comida que yo me olvido del hambre y del sueño y también del amor.

Comemos mirándonos la boca, en la cama como es natural, mirándonos la boca como es natural, y también el cuello y los brazos, hasta que me embarra un brazo de confitura de fresa y empieza a morderme el brazo y me sale un chorro de sangre pero yo ni me entero, solo me entero cuando empieza a morderme AHÍ, o a chuparme,  porque es que se le cayó AHÍ una cucharada de confitura de fresa, y casi termina de chupar la confitura a no ser por mis manos que vierten el pomo completo de confitura para que este momento no tenga fin.

Sobre la mesa hay tomates,

pan y guayaba,

huevos revueltos y huevos fritos,

sardinas,

carne prensada y leche,

espaguetis,

crema de queso y crema de calabaza,

y seis barras de chocolate

y jugo.

Reposamos tres horas.

Comemos, reposamos, comemos, reposamos, comemos, reposamos, comemos.

Se viste de espaldas a mí pero se vuelve y salta y no pone los puntos sobre las íes, sino su cuerpo sobre mi cuerpo, y mi cuerpo padece una gran intimidación.

Con una tijera me recorta el cuerpo y con una cinta métrica mide cada centímetro. Los dos cuerpos padecen una delgadez cansada por lo que ir en busca de nuestros cuerpos sería como ir en busca del tiempo perdido. Hoy venderé los broches de papá, el prendedor de mamá, y la ropa que no me sirve, y la ropa que sí me sirve también.

Lo pronuncia sin darle importancia a los broches de papá, al prendedor de mamá, y a toda esa ropa del clóset.

Pero ayer me incrusté en el pecho el prendedor de mamá, y me metí en la ingle, por dentro, los broches de papá.

Peor para ti, dice, como si en verdad fuera peor para mí, pero para mí es un placer.

Ahora tendrá que extraer los broches y desincrustar el prendedor.

 Se demora un poco porque le pido piedad: estas cosas hay que hacerlas con la lengua.

Se detiene antes de abrir la puerta.

 Tiene que abrir la puerta y después el candado y dejar la comida en el suelo

y tener precaución para no despertarme, aunque sabe que ya desperté y que estoy esperando su entrada en el medio del salón, sin ojos, sin manos, mojada, invisible, dichosa, invisible.

Qué piensa detrás de la puerta.

Parezco tonta pero soy Así.

YA NO QUEDA MUCHO QUE VENDER.

Nos moriremos de hambre y nos sepultarán en la misma tumba y nos llevarán a la tumba en el mismo carro porque cabemos de sobra en la misma caja.

Dentro de la tumba sonreiremos y sabremos qué suave es hacerlo a oscuras. Tinieblas por aquí y tinieblas por allá, pero nosotros en nuestro asunto y sin que nada nos interrumpa, ni siquiera el hambre, el sueño, o el amor.

Abre la puerta, estornuda, me ciñe con cierta incomodidad porque el bulto de comida que trae es casi más grande que yo.

Pero me ciñe y eso es tan bueno como comer. No quiero parar de comer.

Se lava la boca no para besarme con buen aliento sino para comer como Dios manda, con la boca escrupulosamente limpia, bien lavada.

Asiente. Se atraganta un minuto con la punta de mis senos.

Esta vez trajo tanta comida que se me olvida que tengo madre y padre, y también el amor más inconcebible del mundo.

Comemos como Dios manda, sin ropa como es natural, en cuatro patas como es natural, hasta prendemos la radio y escuchamos canciones que nos agradan.

Pero AHÍ se empieza a dilatar de nuevo, llora, se hincha, se pone grande como una manzana pintona.

Aún no me doy por enterada hasta que veo en sus manos cierto engrudo pegajoso.

Pero dónde has metido las manos.

No sé, responde y sonríe y se limpia las manos en su piel, y la flauta de pan que tengo en el estómago se pone a silbar sola y a dirigir ella misma la orquesta.

Y me unta mayonesa en las rodillas para que sus dientes se coman mis rodillas, mastiquen el hueso y se beban el líquido de las rodillas, entonces la mayonesa se mezcla con el líquido.

Y me curo el asma con su boca, que ahora empieza a comerse mis pulmones.

Dormimos el sueño de la eternidad y despertamos una fresca mañana de noviembre, yo sin el refajo con que me acosté, un poco erizados los pechos.

Mi cuerpo se levanta pero su cuerpo no se levanta.

Los puntos no están sobre las íes.

Y de todas formas, si su cuerpo estuviera sobre mi cuerpo, no pasaría otra cosa que el silencio, y con suerte, la inactividad.

Aunque pudiera ocurrir a la inversa y sería yo quien lamería su cuerpo, lo lamería de punta a cabo y de cabo a rabo, echando en su cuerpo mi perspicacia.

Ayudo a su cuerpo a que se levante, le doy ánimos, le pongo un algodón con colonia en la nariz.

HOY TE venderé A TI, lo siento, dice como si esta venta fuera a salvarle la vida, y en realidad se la salva, podría ser el final pero conoce muy bien el final y no dejará vencerse tan pronto.

Me peina y sale conmigo de la mano.

Hacia la plaza común.




ESTRELLA DE MAR

Li Misol Rodríguez (Cuba)

Reside en Rep. Dominicana

Periodista del  LISTIN DIARIO

Cierto día me perdí

En la inmensidad del mar,

Cuando logré despertar

En el fondo aparecí.

Y pude encontrar allí

Un millón de pecesitos,

También ví dos cangrejitos

Corriendo con la ballena

Y un delfín y una sirena

Jugando como amiguitos.

 

-Abuelito, dime un cuento.

-Por supuesto, tesoro, ¿cuál cuneto quieres oír?

-No, no, abuelito, to no quiero escuchar los cuentos de Caperucita, Cenicienta o el de los Cerditos…

-Entonces, ¿qué deseas, mi ángel?

-Quiero que me cuentes cómo surgieron las estrellas de mar.

El abuelo meditó un poco, se rascó la escasa cabellera blanca y contó.

“Una vez, cuando la Luna y el Sol eran jovenzuelos y compulsivos, se disputaban el Universo. Hubo una guerra muy grande, el Sol mandó a traer de las galaxias vecinas, grandes meteoritos”

-Abuelito, qué son meteoritos?

-Son rocas pequeñas y enormes que amenazaban de manera malvada a la Luna y su ejército de estrellas.

-Y luego, ¿qué sucedió?

-Paciencia, mijita.

‘Sucedió que el ejército lunar no pudo resistir la fuerte embestida de los meteoritos y los potentes rayos del Sol. Así, las estrellitas, indefensas y brillantes, fueron cayendo; algunas, en la tierra; otras, en el océano. Las que cayeron en la tierra se convirtieron en hermosas flores y las que cayeron en el mar, se adaptaron a vivir lejos de su casa, sin luz y sin la Luna que tanto las había amado…”

-¿Y las estrellitas nunca fueron felices?

-Claro que sí, mi amor, pues en la tierra todos apreciamos las flores por sus colores y delicados aromas y en el mar fueron acogidas por los peces, los caballitos de mar y también por las sirenas.

-¿qué son las sirenas?

-¿Las sirenas?... este…., bueno, esa historia viene mañana, ahora a dormir, como duermen las Estrellitas.

(Extraído del Tabloide Cultural de EL SIGLO, Santo Domingo. Editado el 5 de Marzo del 2000.)



Ernesto R. del Valle (Cuba)

Reside en Miami.

MIERCOLES DE CENIZA

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Cuando llevó el vaso a sus labios para beber de un trago el resto de coñac que le quedaba, ya Julio tenía en su mente de funcionario del gobierno, todo lo que debía hacer.

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Su  reloj “Cassio” F-28W, marcaba las once de una mañana de miércoles, otoñal y resplandeciente, soleada y brillante.
Pagó al “barman” y salió en busca del Nissan situado en el parqueo.
Lentamente fue incorporándose al tránsito de la Avenida Lincoln. En la intersección con la Veintisiete detuvo el auto ante la luz roja del semáforo.
-Vaya baina, con lo apurado que estoy- se dijo, listo para salir en cuanto pusieran la verde.
Eran las once y cinco minutos de la mañana y el sol estaba ahora cubierto por una nube gris que prometía humedecer el pavimento.
Julio siguió hasta Correa y Cidrón, dobló a la derecha evadiendo una “voladora” detenida en la misma esquina.
-¡Anda el diablo!- rezongó- ¿a esta gente no le han enseñado a orillarse para recoger los 
pasajeros?, ¡coño
Siguió, ya molesto, hasta la Ave. Italia, tomó su senda y al hacer un giro hacia la derecha para tomar Independencia, ¡la vio!.
-No cambia esa niña, tan linda y hermosa como cuando la estrené- se dijo a sí mismo.
La muchacha estaba parada haciendo señas a algún auto que la llevara, cuando vio el Nissan azul, se le transfiguró el rostro, sí, sin dudas estaba muy contenta de ver a Julio.
El hombre le abrió la puerta y ella entró al auto mostrando en su rostro toda la dentadura que portaba y enseñando sus piernas hasta más allá de las rodillas.
-¡Dios mío, ese color miel de las cubanitas es un sueño!- se dijo Julio al tiempo que se inclinaba para besar a la joven.
-¿Y se puede saber a dónde va el capullo a estas horas?
-Bueno- dijo la muchacha –antes de verte pensaba ir a la Universidad… pero ahora… adonde tú me lleves.
-Yo no voy pa’ ningún lado, tu ves, solo estoy dando tiempo para llegarme hasta la oficina y…
-…Yo te indico el camino- lo interrumpió Elisandra tomándole la mano, y mirándole a los ojos provocativamente terminó diciendo –hace dos semanas que no nos vemos, ?recuerdas?

La tenue luz de la habitación daba al cuerpo desnudo de la muchacha ese juego de sombras y oquedades que siempre ha sido para Julio un estímulo erótico acompañado de asombro y misterio. 
Tener a esta muchacha hoy no entraba en sus planes. Era mucha la tarea que lo esperaba con una Feria del Libro a dos semanas de comenzar y todavía estaba por definir la llegada de varios intelectuales representativos de la literatura, uno de ellos, el más importante porque era del país a quien estaba dedicada la feria. Pero ahí tenía, delante de él ese cuerpo que se ofrecía sin límites y que era capaz de contener, como otras veces, todo su orgullo dominicano.
El cabello claro y lacio de la joven era como un charco de miel derramada sobre la almohada.
Los dos cayeron inseparables, en un largo túnel adimensional e intemporal. No supieron del tiempo transcurrido ni del espacio ocupado. Cuando despertaron del hechizo, el mundo les pareció menos injusto, cruel y dramático.
Ella bajó del carro en la Calle Duarte esquina a México con un adiós y un guiño cómplice, eran cerca de las siete de la noche. La vio alejarse taconeando por la acera hacia la Benito Monción moviendo aquellas nalgas que hasta hace apenas treinta minutos él había comprimido entre sus muslos. 
Sin querer recordó aquel poema 
“…seguirla con los ojos,
y ya sin ojos seguir viéndola lejos,
allá lejos, y aun seguirla
más lejos todavía,
hecha de noche,
de mordedura, beso..”
-¿De Nicolás Guillén?- se preguntó.
-Sí, creo que sí y termina diciendo-
“Hecha
de esa sustancia conocida
con que amasamos una estrella”
-Tolete de poeta el cubano ese- se dijo
Y recordó vagamente que esa mañana de miércoles tenía en su cabeza, meticulosamente planeado todo lo que debía realizar, las citas que debía de atender y a los lugares que debía de asistir.
-¡Mañana será otro día que carajo!
Giró el volante hacia el puente Mella. El Nissan y su tripulante se perdió en medio de aquel tapón de autos que se dirigía hacia el Este.



Tania Alegría (Brasil)

Fundadora y Directora del Foro SALA DE ESCRITORES.

 SUR

No es que Leticia estuviera mal, a pesar de la sensación de que la vida era demasiado estrecha y su dimensión personal le excedía a lo ancho y a lo largo. Sobraba. Se desbordaba. Habría estado más a gusto en un plano más amplio, más profundo y desde donde pudiera mirar al mundo sin ser de soslayo.
Sin embargo, en general se sentía bien, le gustaba su apartamento aunque sólo tuviese dos cuartos, fuese un interior con vista a una pared, en una calle igual a cualquier otra sin siquiera un muro con una enredadera que la distinguiese de las demás, aunque el alquiler le llevase casi mitad del sueldo. Estaba bien entre sus cosas. Pero de repente le faltaba el azul.
El trabajo como secretaria en una oficina de abogados tampoco era malo; un cotidiano hecho de papeles y más papeles, con tantas interrupciones para ir a hacer recados al tribunal que el trabajo en la calle acababa por encuadrarse en la planicie de las rutinas como un camino sin curvas. El sueldo era poco para los gastos de la vida, pero ella tenía hábitos modestos, por eso conseguía equilibrarse en el columpio de su presupuesto. Pero de repente le faltaba el mes de Abril.
Tenía amigos con quienes iba al cine y compartía conversaciones en mesas de café; revistas donde se informaba sobre la vida de los guapos, ricos y famosos; un ordenador de segunda mano donde navegaba a la deriva; el ámbito ameno de Cantabria, el mar revuelto, las altas montañas, los bosques de robles. Poseía CD's de Sabina y Serrat, chocolates siempre y vino algunas veces, amantes ocasionales e –imaginaba– duendes debajo de la cama. Pero de repente le faltaba el Sur.
Entonces él llegó a su vida, traído por Internet desde el sur del mundo, y se instaló en la pantalla de su ordenador y en la mal acomodada dimensión de su existencia, con su llovizna ecuatorial, la espesura de su selva, la soledad de sus páramos, el miasma de sus ciénagas, el fulgor de sus noches estrelladas, la exuberancia de su sol de mediodía, su aura legendaria de caribeño de novela latinoamericana. Era capataz en una hacienda de café, le dijo. Y ella lo imaginaba bajo un sol abrasador, recorriendo las plantaciones, con un sombrero Panamá, el tronco desnudo y el sudor resbalando por su torso bronceado. También había esmeraldas. No las que yacen en el subsuelo de Colombia sino las otras, las de sus ojos verdes con una mirada que cortaba como cuchillo y causaba dolor. Entonces ella empezó a desear con más fuerza aquello que no poseía, más Sur, más azul, más Abril, y además de eso, más mar del Caribe, más salsa curramba, más rodajas de banana frita en el desayuno y más amor.
Fue una de esas pasiones que avasallan y revolucionó todas las cosas; hacía desaparecer de su mesa los papeles más importantes, cambiaba el rumbo de las calles que ella debía recorrer, hacía surgir en los rincones más improbables los recuerdos desde hacía mucho olvidados, y más de una vez hizo que llegase tarde al trabajo, olvidase las llaves en casa y se equivocase con el nombre de las personas. Notaba que ahora había un movimiento de danza en sus caderas que se chocaban con las paredes de su angosta existencia. Los duendes que ella imaginaba viviendo debajo de la cama pasaron a andar libremente por la casa y tenían escamas en los ojos, el corazón por fuera del pecho y ensuciaban todo con su inquietud elemental.
Desde otro océano, traídas por olas de bites febriles, llegaban hasta Leticia los mensajes de Gonzalo hechos a medida del remolino de sus carencias y de sus anhelos extraviados. Tardó exactamente seis meses el que Leticia y Gonzalo llegasen a la conclusión de que no soportaban más medir las ausencias en metros cúbicos de agua salada y decidieron que uno de ellos tendría que estrechar las latitudes. Cuando ella empezó a pensar en partir y su corazón ya había preparado las valijas él le dijo: dejaré todo por ti. Entonces decidieron que él se vendría a España.
Conforme le contaba Gonzalo, los problemas que envolvieron su viaje empezaron con la pesadilla para conseguir la visa de salida de Colombia y terminaron con la realidad de que él tendría que indemnizar a su patrón por dejar el trabajo antes de concluido el contrato y por eso no tenía el dinero para hacer el viaje. Leticia pidió un préstamo en el banco con unos intereses astronómicos y le mandó el dinero para el billete de avión y los gastos con el viaje. Sabía que durante el año que tardaría en pagar el préstamo le sería difícil equilibrarse en el trapecio de sus dificultades financieras, pero echaba cálculos optimistas que incluían cancelar el contrato con la televisión por cable, llevar sándwiches al trabajo para comer en la hora del almuerzo, dejar de ir al cine, de encontrar a los amigos en el café y de comprar las revistas de cotilleos sociales, desistir de los chocolates de siempre y del vino eventual. No tenía nada más de que pudiese prescindir.
Pensó que era un pequeño sacrificio comparado a lo que él se disponía a hacer: abandonar por ella su patria, su trabajo, su familia, sus amigos, el nivel de vida al que estaba habituado, a cambio de un futuro incierto en un país donde los trabajos más humildes estaban reservados para los inmigrantes latinoamericanos. Él había dicho: "Dejaré todo por ti", y ella decidió que él no se arrepentiría. Esperó su llegada entregada a romanticismos recién lavados pensando que le ayudaría a conseguir trabajo y compartiría con él la casa y el plato de lentejas. A esas alturas, en su corazón impaciente eso se asemejaba mucho a la felicidad.
Tres meses después Gonzalo le avisaba que había llegado a Madrid y estaba empezando a tramitar los papeles para obtener autorización de permanencia y el permiso de trabajo y residencia en España, antes de ir a su encuentro en Santander. Ella lo llamaba por teléfono todos los días para darle ánimo y sostener en ambos la esperanza. Cuando –pasado un mes desde su llegada a Madrid– Gonzalo le dijo que no conseguía regularizar sus documentos y temía que la única solución fuese volver a Colombia, ella se tomó unos días de permiso en el trabajo, juntó todo el dinero que su familia le pudo prestar y viajó para Madrid dispuesta a ayudar a Gonzalo a vencer las barreras burocráticas y regresar con él a Santander, porque cualquier otra solución seria equivalente a echar la mitad de sí misma por la ventana, puesto que él era su otro lado, la parte de ella que no cabía en su vida estrecha antes que él hubiera llegado para derrumbar las paredes, él era el azul, el Sur y el mes de Abril que de repente ella ya no echaba de menos.
Consiguió la dirección donde estaba hospedado a través del número de teléfono y decidió darle una sorpresa. Encontró el hostal en una bocacalle de la Gran Vía y preguntó por Gonzalo a una portera metida en su cubículo a la entrada, que le indicó con el dedo el piso de arriba: "Puerta número cinco", le dijo, y Leticia subió.
Le abrió la puerta una joven de piel morena y aire caribeño que le dijo que Gonzalo no estaba, que había salido. "Soy su mujer" informó con un aire de indiscreto regocijo. Leticia tuvo la esperanza de que no estuvieran hablando de la misma persona, pero eran los mismos el nombre, el apellido, la edad y la nacionalidad: no la profesión. "Mi marido es músico", dijo la joven. "¿No es capataz en una hacienda de café en Colombia?" "No, es músico", repitió Paula. "No debe ser la misma persona a quien busco", sugirió Leticia para ganar tiempo. "¿Acaso no tiene una foto?" Sí, tenía. Era él. Con su mirada de esmeralda que cortaba como cuchillo y causaba dolor. Miró largamente la foto, disfrazó el desatino de sus sentidos y dijo que era un equívoco, aquélla no era la persona a quien buscaba. Consiguió sonreír y enunciar un comentario amable sobre los inmigrantes latinoamericanos. "No es fácil empezar la vida en un país extranjero", se desahogó la muchacha pareciendo seducida por la posibilidad de conversar sobre sus dificultades. Leticia observó que la vida de los inmigrantes suele ser penosa. "No será peor que en Bogotá", explicó Paula visiblemente interesada en la conversación, "allá no teníamos trabajo, ni una casa decente para vivir, ni nada con que hacer un futuro. Decidimos empezar una vida nueva", añadió sin dejar apagarse la sonrisa ingenua y gentil. Leticia recordó las palabras de Gonzalo: "Dejaré todo por ti." De pronto supo que no quería saber más. Se sentía un poco tonta y terriblemente cansada. Se despidió de la joven deseándole buena suerte y dejó el hostal.
En la puerta de la calle miró a su alrededor y se sintió ella misma como una extranjera en un mundo poblado de destinos ajenos. Caminó despacio por la calle estrecha, giró a la izquierda en la Gran Vía en dirección a Plaza de España y empezó su travesía del desierto. No sabía muy bien lo que sentía en aquellos momentos porque su corazón estaba demasiado pequeño y estrujado para poder expresarse. Y entonces sintió sed de azul, ganas de Sur, nostalgia del mes de Abril.




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